La Avenida Edén se extiende por el centro de la ciudad de La Falda en el Valle de Punilla, ofreciendo sus diversos comercios, casas de comidas, casa de té. En la mitad de la avenida, un cartel grabado y barnizado en tronco, reza: Villa Edén, barrio histórico, turístico, residencial y ecológico.
La Avenida Edén se extiende por el centro de la ciudad de La Falda en el Valle de Punilla, ofreciendo sus diversos comercios, casas de comidas, casa de té. En la mitad de la avenida, un cartel grabado y barnizado en tronco, reza: Villa Edén, barrio histórico, turístico, residencial y ecológico.
Ahí es donde comienza una de las zonas más lindas para pasear. La calle va subiendo bien empinada y va a terminar casi en la base del Cerro del Cuadrado. Esmeralda, brillante, así se ve el cerro en las mañanas de sol. A medida que vas adentrándote en la villa, más cerca lo tenés, el olor a eucaliptos es envolvente. Hay edificaciones modernas, cabañas, hoteles, que se combinan con las casonas de la época de la fundación del pueblo de La Falda, a fines del siglo XIX. Fincas de estilo europeo, predominando el alemán y el francés.
Enclavado a los pies de los cerros La Banderita y El Cuadrado, se encuentra el origen de todas las construcciones, a metros de una entrada enrejada, que se vislumbra suntuosa para esa época, se alza el mítico Hotel Edén, al que llaman en la presentación de las visitas guiadas, “el nacimiento de un pueblo”.
Muchas cosas se han contado acerca de este lugar, incluso la versión de que allí estuvo alojado Hitler, dada su amistad con los segundos dueños del hotel. Son historias que pueden encontrarse en internet. Lo que intento contar es distinto, una sensación, una inquietud, una melancolía que pocas veces me causó mi presencia en un lugar. ¿Era majestuoso? Sí, por lo que se ve en la visita guida era majestuoso. ¿Está en ruinas? Sí, aún aproximadamente el 30% del hotel, ha sido recuperado del abandono, del saqueo al que fue sometido por los poderosos de turno, a lo largo de todos los gobiernos.
Cuatro veces visité el hotel, observé, escribí pequeños apuntes, amagué con juntarlos todos y armar un artículo, pero no salió. Tal vez no era el momento. Hasta de noche fui, a la visita guiada nocturna, cargada de historias sobre fantasmas. Al final del recorrido, uno de los guías nos dijo: “el peor fantasma que ha soportado el Hotel Edén, a lo largo de todos estos años, fue la desidia, el saqueo, el desinterés por una pedazo de historia”.
Pero vuelvo, la historia está en internet. Esas paredes hablan, dicen que han ocurrido cosas terribles. Viví momentos muy fuertes en ese lugar y no podía contarlos, me los guardé en la memoria, las historias, el tacto. Yo no tenía sentencia firme por mi reincorporación, había sido despedida de Felfort, y tenía un pie adentro y un pie afuera. Entonces escuché de nuevo la historia de los trabajadores que construyeron el hotel, del personal doméstico, que dormía en las habitaciones del subsuelo, las niñeras que cuidaban a los hijos de los ricos, de las familias más poderosas del país y del extranjero.
Yo toqué las piletas al aire libre, donde lavaban la ropa las lavanderas, mis manos explotadas, tocaron lo que tocaron alguna vez esas manos. Nos contaron que las chicas trabajaban a la intemperie, por el vapor del agua hirviendo que usaban para lavar las sábanas. Supuestamente, este método, impedía el contagio de la tuberculosis, cuando después, al descubrirse el basilo, de dan cuenta que al contrario de esto, el calor la reproduce. Lavaban con lejía, las lavanderas, enfermaban, vivían pocos años las chicas, eran enterradas en las hectáreas del hotel. Mis manos sobre los piletones, sintiendo la asperza de esa otra piel, de trabajadoras como yo, que ya no están.
En una visita nocturna, en la oscuridad, uno de los guías decía, (como parte del espectáculo montado) que las energías negativas flotan en el aire, y que murieron muchos trabajadores en ese lugar, en la lavandería y en los talleres mecánicos) Yo respondí que los trabajadores no asustan, ni muertos, que esos no son los fantasmas.
Este año volví, nos acompañaban en la recorrida unos perros, que buscaban la oportunidad de echarse en las habitaciones con olor a humedad. Este año fue distinto. Ganamos el juicio por mi reincorporación, ya no me siento con un pie adentro y un pie afuera. Fue distinto también porque el guía nos dijo que así como llegaban en esa época, la tuberculosis, de la que los que podían, huían a refugiarse en ese lugar de las sierras, que ofrece un microclima favorable para las enfermedades respiratorias, por un lado, y por el otro la tecnología. Pero había otra cosa que llegó al comienzo del siglo XIX, nos interrogaba.
Yo, parada detrás de él, dije: “mmm, ¿por dónde viene?” y ahí lo dijo, primera vez en las visitas al hotel que lo oigo tan explícito:”Llegaron los paros, las primeras huelgas, los anarquistas. La revolución estudiantil llegó a la universidad en 1918, en Córdoba, bajo la influencia, de la Revolución Rusa de 1917” “Los trabajadores estaban cansados de trabajar 17 horas, de tener sólo 15 minutos de descanso y 5 minutos para tomar un matecocido.
Mi corazón estalló, se mencionó la Revolución Rusa en ese paraje, la frase quedó flotando sobre nosotros. Los trabajadores pasaron delante de mis ojos, con sus palas, sus picos, su cansancio. La Villa Edén bullía de rebeldía. Ellos no querían seguir siendo explotados por los ricos, para que unos pocos tuvieran luz eléctrica y pudieran celebrar sus cenas y sus bailes.
Este año no fue igual que otros, pensé que tenía que disfrutar lo más que pudiera mis vacaciones, porque ellos no pudieron. Porque al volver, yo seguiría luchando día a día por construir un mundo sin explotados ni explotadores, una vida que merezca ser vivida.
Salí del hotel bajo la lluvia, quise caminar hasta mi hotel, mojarme en ese bosque de sauces y eucaliptos, con todas las historias oídas, metidas bien adentro, preparándome para la tarea de contarlas.
No quiero más niñeras sentadas en el piso para la foto, ni hombres sentados en sus sillones para las fotografías y sus mujeres paradas, no quiero más bailes para unos pocos, ni luz eléctrica para un puñado que podían pagarla.
Tampoco quiero enfermedades que los pobres no puedan sanar. Quiero que esos parajes de cerros color esmeralda, nos brinden a todos su inmensidad y su belleza, sus minerales, la mica que siembra de espejos los caminos serranos.
Esta es mi historia sobre el mítico Hotel Edén, hay mucho paño, mucha leyenda escrita, pero esta, es la que mi corazón, que ama a ese pueblo, profundamente, quería contar.
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